Soy Abraham, un joven mexicano de 26 años. Durante mi juventud, había estado pasando por depresiones leves, pero constantes, en las que me encontraba desesperanzado y con mucho miedo. También padecía de mínimo un ataque de pánico al día durante 4 meses, lo que me hacía sentirme sumamente exhausto todo el día.
Había ido con dos psicólogos, dos psiquiatras y un neurólogo. Me diagnosticaron con Trastorno de Déficit de Atención y Distimia Ante todo, siempre he sido una persona muy espiritual, he tenido mucha fe, y cuando no, salía en busca de Dios. De igual manera, me interesaba enormemente la teología, la filosofía y cada vez que interactuaba con estas ciencias encontraba destellos de esperanza.
Cada especialista previo ofrecía una perspectiva subjetiva de lo que tenían enfrente. Había psicólogos con los que acudía con tendencias espiritistas de forma muy sutiles que invitaban a mirar toda la vida como un “honrar a nuestros padres”. Otros psicólogos ofrecían una ayuda muy valiosa, pero únicamente estaba basado en el comportamiento – asumen que si yo me comportaba como “debía” o “quería” comportarme, estaba completo.
Los psiquiatras ayudaban a curar los síntomas del malestar, pero el hecho de tomar pastillas me hacía recordar a diario que tenía una “discapacidad” y que no podría llevar una vida normal, lo cual me hacía consentir los medicamentos cada vez que tenía miedo con tal de no enfrentar episodios producidos por la ansiedad.
Era un proceso desesperanzador, a mi parecer. El neurólogo no interactuaba con mis pensamientos, sentimientos, o percepciones. Los síntomas que padecía lo llevaban a la conclusión de un determinado grupo de trastornos.
Por recomendación de mi guía espiritual, inicié un proceso de acompañamiento psicoespiritual. El acompañamiento psicoespiritual ofrecía una dinámica completamente diferente. Dios es lo más importante en mi vida y aunque lo conocía y entendía muchas cosas de mi fe, relucen nuevas con cada sesión de mi terapia, y se hacen verdad en mi vida.
Después del primer diagnóstico partía de la idea de que la esperanza y la felicidad eran alcanzables, lo cual me brindaba un panorama sumamente esperanzador y pleno.
A partir de esto, se ponían en tela de juicio los diagnósticos y a partir de las teorías que conocía me llenaban de información para poder buscar, procesar, y entender qué cosas se interponen en mi “relación con el bienestar” (por así decirlo).
Encontré con cada sesión la plenitud en las cosas, el dominio de mi ser y la esperanza en lo difícil. No había tenido la experiencia de un modelo tan completo. Y como habían pasado alrededor de 7 años con este tipo de “ayudas”, rompió los paradigmas que veía.
A partir de la cuarta o quinta sesión sentí mejoría. Después de conocer otros modelos, uno esperaría que fuera algo sumamente controversial y poco práctico. Sin embargo, en mi experiencia, ese es el paradigma de la fe. Amamos y creemos en Dios, pero pensamos que solo “sirve” para algunas cosas de la vida. Dios es vida, y su amor se manifiesta en todo.
Una terapia que lo tenga presente es la única solución que puedo encontrar en una profesión que trata con el ser. Como católico, encuentro esto muy lógico, pero solo pudo aclarar la experiencia. He ido con psicólogos “católicos” previamente, y por lo general, parece que su profesión y la fe no pueden jugar en el mismo equipo siempre. Eso habla o de una carencia de fe, o de una carencia en la ciencia. Sin embargo, este modelo hace perfecto sentido en ambos lados. Cualquier profesional en psicología que tenga fe, encontrará respuestas y ayudará enormemente, ya que no creo haber interactuado con un modelo más efectivo en mi vida. Tengo amigos y conocidos que acuden al mismo modelo y soy testigo también de su mejora.
Si experimentan un dolor sincero, creen en Dios, lo aman, lo esperan, e incluso lo buscan a diario, y si tienen la humildad para iniciar un proceso de ayuda en el que no hay falta de razón o lógica, se pone en la perspectiva de la ciencia, la afectividad y además hay un verdadero deseo de salir adelante, han encontrado la ayuda que querían. De forma contundente, saldrán adelante.
A partir de mi experiencia personal es que surgió mi compromiso profesional con Mindove. Fue así como Mer, su fundadora, me invitó a desarrollar todo el branding de la marca de la organización a través de mi empresa Icaro Studio (www.icaro.mx), pues como ella misma me dijo: “tú mejor que nade sabes el sentido de lo que buscaremos como organización pues lo has vivido en persona y eso, tiene un inmenso valor”.
Mi experiencia trabajando en la marca desde el inicio ha sido excepcionalmente grata y me ha llenado de alegría y satisfacción. Inicialmente, la propuesta comercial ofrecía muchos insights sobre los cuáles podíamos movernos a nivel creativo, pero entendíamos que el reto era más grande que simplemente hacer una marca interesante. Debía ser moderna, sumamente institucional, y debía proyectar confianza.
Ahí, la vasta experiencia de Mer fue la clave. Nos ayudó a definir un suelo firme sobre el cuál poder trabajar para comunicar la seriedad de este proyecto el cual no busca ser uno más entre la competencia, sino que busca proyectar el valor único que tiene de mantenerse en roca firme sobre la identidad de nuestra fe.
Por eso, hoy formo parte del equipo fundador de Mindove después de un largo recorrido. Estoy aquí para velar porque nuestra marca siga comunicando nuestra razón de ser.